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…Cerca del amanecer, volvió a la Catedral. 
 Se metió en la capilla y comenzó a rezar… 

La noche anterior, Salvador necesitaba tomar aire. Estar todo el día entre las cuatro paredes de la Catedral lo convertían en un animal enjaulado, perdía el control y no encontraba paz, además seguía pensando en Beatriz. 

Aunque mantenía su mente ocupada ayudando a las monjas y a los niños de la escuelita, siempre terminaba recordando a aquella mujer que lo acompañó en su catre durante toda una noche. Intentaba reavivar en sus sentidos la sensación de aquellos labios en sus manos, la electricidad de sus miradas y esos gestos al levantarse de la cama. 

Ese era el peligro que siempre había advertido Salvador de relacionarse nuevamente con una mujer, de caer en una adicción por nuevas caricias a toda hora. Por eso ese día pensó que el aire nocturno lo ayudaría. Se colocó fuertemente el cilicio en el muslo como una forma de mantenerse en la realidad y se cubrió completamente con ropa negra. El dolor al dar un paso tras otro, lo ayudaba a evitar pensar en Beatriz y en la necesidad de buscarla. 

Al salir la brisa fresca lo atravesó como una película de papel. La ciudad estaba perfectamente iluminada, la silueta del gran puente se reflejaba sobre el lago y la luna parecía un gran farol dispuesto a acompañar al que lo necesitara. Comenzó a recorrer las calles solitarias, aunque aún faltaban unas tres horas para que se hiciera la medianoche ya quedaban pocas personas en las esquinas.

Salvador estaba tenso; se asustaba por el ruido de los automóviles que corrían mordiendo la acera, ahuyentando a la noche con sus “dos ojos” amarillos; a veces escuchaba el sonido lejano de una ambulancia que crispaba el ambiente llenándolo de malos presagios y alarma repentina, eso lo hacía asustarse y querer volver a su pequeña habitación pero necesitaba estar fuera. Salvador sentía la humedad de la sangre que salía de su muslo prensado por el cilicio, pero quería continuar y probar la ciudad a esa hora. Atravesó el parque central, vio a unos cuantos hombres dormir en los bancos con tan solo unos trozos de cartón como cobija y trató de acariciar a unos perros callejeros, pero tan solo le devolvieron unos gruñidos y unos dientes amenazantes. En el centro se acercó a los bares, a los café y a los lugares nocturnos. Vio a la gente conversando, chocando sus copas y sonriéndole a la vida, intercambiando palabras y caricias de amistad. 

En un momento se pudo imaginar a través de una de esas vitrinas. Se vio enfundado en un gran saco de gamuza, una pequeña gorra que le cubría su pelo negro, su cuello cubierto por una bufanda al estilo europeo y unos lentes de pasta. El Salvador del reflejo reía, aspiraba un cigarrillo y se besaba en los labios con una chica muy parecida a Beatriz. Ambos eran felices, tomados de la mano, bebiendo, gastando sus sueldos a medida que se embriagaban, incluso parecía que de sus cuerpos brotaba calor que se podía ver a través de sus ojos como un aura. 

No pudo dejar de mirar a la chica que estaba con el hombre que en otra vida pudo ser él. Su decisión fue esperar, quería sentir más de cerca a esa desconocida. Después de unos treinta minutos la pareja salió del café, Salvador caminaba muy cerca de ellos e incluso podía escuchar el curioso ritmo de los zapatos de los dos que estaban a unos cuantos metros más adelante. 

Al atravesar unas tres calles, la pareja se detuvo frente a un lujoso portal. Salvador pudo escuchar cuando el hombre se despedía de la chica, vio como sus labios chocaron y la típica despedida entre parejas, ¡Me avisas al llegar, por favor toma un taxi! Unos minutos después, Salvador continuaba cerca de esa mujer que tanto le recordaba al olor de Beatriz. El dolor del cilicio había desaparecido, solo retumbaba entre las paredes de los edificios el palpitar fuerte y acelerado de su corazón, incluso lo sentía en sus sienes hinchadas por la adrenalina que corría por sus venas. 

Pensaba qué hacer, tal vez decir un ¡Hola!, no, mejor preguntarle por una dirección de un lugar cercano o tomar la decisión más acertada, quedarse callado y continuar su camino de regreso a la Catedral. Luego de cruzar dos semáforos, la chica se detuvo frente a un viejo edificio de tres pisos cercano al puente de la ciudad, incluso se podía percibir el olor del agua contaminada y el sonido de una barcaza que seguramente cruzaba lentamente entre los dos pilares principales. Salvador eligió la primera opción, iría a saludarla antes que entrara al estar del edificio. 

Rápidamente se acercó cuando la chica ya tenía las llaves en la cerradura y la tocó por el hombro. Ella no supo cómo reaccionar, primero lo miró con cierto desafío y luego el miedo estaba en sus ojos. Salvador, al ver que esa mujer entraba en desesperación, también se sintió temeroso por estar allí con una desconocida que ciertamente no era Beatriz. Su primer impulso fue hablarle pero se quedó mudo con una mirada fija que le dio más terror a la mujer, tuvo intenciones de gritar pero Salvador la detuvo. 

Con la puerta entrecerrada, le colocó una mano sobre la boca y se la llevó al callejón más cercano, eso fue lo primero en lo que pensó para evitar que confundieran la situación, allí podría calmarla. Ocultos de todos y todo, Salvador la dejó respirar y la volvió a mirar sin hablar. La chica continuaba aterrorizada y esta vez trató de patearlo. Eso hizo que todo se saliera de control. Esa chica no era Beatriz y lo estaba golpeando, no supo por qué pero para acallarla la tomó por el cuello, no quería que confundiera la situación, que pensara que le podía hacer daño. 

Unos minutos después la chica estaba pálida y no se movía. Salvador no supo por qué lo hizo pero, una extraña calma lo cobijaba. Tomó el cuerpo y aprovechando que estaban cerca del puente, lo dejó allí, cerca de uno de los pilares. No sabía cómo se llamaba, nunca llegó a conocerla y agradeció que no fuera Beatriz, aún tenía oportunidad de buscarla, aunque la esperanza se estaba escapando de sus manos cada día que pasaba y no la veía pasar por las escalinatas. 

Cerca del amanecer, volvió a la Catedral. Se metió en la capilla y comenzó a rezar. Allí estuvo hasta el otro día, cuando los noticieros estaban dando la noticia. Esa mañana, pudo dejar el cilicio y dormir como nunca lo había hecho en mucho tiempo, pensando en Beatriz, la chica y en una nueva oportunidad para descubrir cosas nuevas como lo hizo al perseguir a esa extraña.

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