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…Al salir el sol tal vez descubriría un nuevo motivo 
 para darle sentido a su vida… 


El detective Hernández siempre colocaba sus pies sobre el escritorio para nivelar el peso que sentía en sus hombros: el ritmo de la ciudad, el silencio sepulcrar de la comisaría y los casos sin resolver le agrietaban el ánimo como un yunque. En esa posición, a oscuras, podía repasar en su mente todo lo que le había ocurrido en las últimas horas, era como reproducir el proyector de una película.

Recordó al comisario que pasó frente a su escritorio para pregúntarle avances sobre el caso de la chica del puente: ¡No, ningún asesinato parecido que aportara pistas!

Una de las ventajas que tenía de estar solo en la comisaría, era que podía salir a cualquier hora y tomar la patrulla que se le antojara para recorrer la ciudad. Se decidió por una moto de alta cilindrada, le parecía perfecta para sentir el viento en su cara, la vibración de la velocidad entre sus manos y la libertad que tenía para recorrer cualquier callejuela de la ciudad. Hernández no creía que nada sucediera a su alrededor, necesitaba volver a ser como ese policía novato que corría detrás de cualquier alerta que sonará en la radio.

A unas cuantas cuadras logró ver a una chica que corría pidiendo ayuda. Tras ella, dos hombres la acechaban, después de unos minutos lograron alcanzarla y la arrinconaron en un callejón oscuro. El detective detuvo la motocicleta, se acercó lentamente para quedar oculto por un contenedor de basura. Los desconocidos estaban desnudando a la mujer, la golpeaban mientras insistían en que ese sería el mejor día de sus vidas. Hernández se dio cuenta que eran dos chicos buscando “diversión”, pensó que era ya la hora de darle uso a su arma.

La mujer pegó un grito cuando lo vio salir de la oscuridad, en un acto instintivo se tapó sus senos y su pubis mientras los hombres trataban de correr. – Si corren los mato -, les dijo. Ambos quedaron paralizados y se arrodillaron. Como le habían roto la ropa a la chica, los obligó a desnudarse, usó una de sus franelas para cubrirla y tratar de calmarla, - Ya todo está bien, déjame controlar a estos dos y te llevo a tu casa-. Los obligó a sentarse desnudos al lado de un poste de luz, con el par de esposas que tenía en su bolsillo, los amarró allí y botó la llave por la alcantarilla. – Allí se quedarán hasta que alguien como yo los salve, aunque lo dudo -.

Hernández estaba molesto, primero pensó que por obra del destino todo se relacionaba con el caso del puente pero no, solo eran dos hombres a los que se le ocurrió que podían disfrutar de una desconocida, que ahora estaba totalmente asustada y medio desnuda esperando por una respuesta. – Solo tengo la moto a mi disposición, ¿vives lejos? – La chica no supo que responder. – Oye, es la única manera que vayas a tu casa, no te dejaré en un taxi -. La tomó por la cintura y la subió en la parte de atrás, - Sujétate fuerte-. A medida que la velocidad subía, la chica se apretaba más contra Hernández. Apenas le susurraba para indicarle a qué dirección iban mientras su cuerpo se movía al ritmo de las curvas.

Era un viejo edificio que parecía enfrentarse contra la expansión urbana de la ciudad. Dos altos rascacielos lo rodeaban de lado y lado, dando la sensación que cualquier día lo apretarían tanto que la anticuada estructura cedería para dejar un espacio en la creciente gula de concreto. Todo alrededor estaba oscuro, ninguna ventana daba señales de vida y a pesar que la moto llevaba detenida al menos cinco minutos, la chica no se bajaba. – Creo que has llegado, ¿Estarás bien?-, le preguntó Hernández.

Casi la cargó como un ovillo para colocarla en la acera. Allí pudo detallarla a fondo. Su cuerpo se veía débil metido en una de las franelas de uno de los desconocidos que minutos antes quiso violarla, sus ojos grandes lo miraban directamente y sus piernas parecían temblar un poco. No había ni un ápice de seducción, coqueteo o deseo, solo inocencia y miedo era lo que irradiaba esa mujer, detalles que conmovieron al detective. – Vamos, te acompañaré hasta tu casa, creo que no quieres estar sola-. Finalmente la chica habló, - Sí por favor, gracias por todo-.

La rodeó por la cintura y se dejó llevar por ella. Por dentro el edificio no era muy diferente, escaleras angostas, poca iluminación y dos apartamentos por piso. Algunos gatos arañaban las puertas mientras salían aterrados al paso de ambos. Subieron lentamente hasta el último nivel, el portal estaba marcado con el número 15. La chica se detuvo asustada con lágrimas en los ojos, - Creo que en medio de todo he perdido las llaves-. Hernández sacó de su chaqueta una navaja suiza, aplicó algo de presión en la hendidura de la cerradura y la puerta cedió suavemente. – Necesitarás mejorar tu seguridad-, le dijo en tono de broma.

La casa de la chica era amplia. Un gran ventanal al fondo, la pequeña cocina apenas al entrar y lienzos, caballetes, papel periódico y pintura por cada rincón. Encendieron la luz, el detective se sintió extrañamente cómodo al entrar en el mundo de una artista. – Bienvenido, nuevamente gracias por haberme protegido, soy Analía-. Hernández se quitó la chaqueta, puso la pistola sobre una pequeña mesita, estaba maravillado por la estancia. – Es mi deber cuidarte, para eso me paga el Estado, dime detective Hernández-.

Analía sonrió, le dio la espalda y se internó en el departamento. Al instante salió con ropa nueva; una bata larga y un lazo en el cabello. – Debería irme, ya estás segura en tu hogar y lo malo ha pasado-, susurró Hernández evitando mirar la bata transparente. – No puedes irte, recuerda que me has dejado sin cerradura y aún no me siento bien, duerme en el sofá o allí parado, parece que te gusta quedarte fijo en un lugar-, lo reprendió Analía ante la simple idea de que la fuera a dejar sola. Hernández sonrió y fue al ventanal, la moto aún estaba en su lugar y apenas se dibujaba al fondo la silueta de la cruz de la Catedral; realmente no tenía a dónde ir, el sofá se veía acogedor y tendría algo de compañía con la chica.

-Ve a dormir, yo me quedaré acá un rato y luego me acuesto, me llaman la atención tus pinturas pero debes descansar, mañana hablamos-, le ordenó. – Como se nota que eres policía, puedes ponerme una pistola en la cabeza y me llevas a la fuerza a la cama-, lo miró con tono de reproche. Le dio la espalda y se metió nuevamente en las profundidades del departamento. Hernández tenía un buen presentimiento, parecía una mujer joven pero le llamaba la atención su carácter, al salir el sol tal vez descubriría un nuevo motivo para darle sentido a su vida.

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