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Amparado por la noche, tomó su auto y fue al centro de la ciudad; 
algo nuevo le esperaba en el parque central. 

El parque central cambiaba su cara cuando moría el día. Salvador lo prefería a esas horas porque le gustaba el silencio, la soledad, así se sentía a gusto agazapado en un banco bajo un frondoso árbol, pensando en el cuerpo de Beatriz bajo la sábana de su catre. 

El ritmo de unos tacones en el camino lo sacaron de su ensueño; entornó los ojos y pudo ver a una silueta femenina que caminaba rápidamente por un camino cercano. Quería ver más de cerca a la chica, tal vez hablarle o simplemente detallarla para compararla con Beatriz. Pronto los pasos de Salvador se acompasaron al de la mujer que apenas se dio cuenta que era perseguida, comenzó a acelerar su recorrido mientras veía cuán cerca estaba la salida para llegar a la calle y tomar un taxi. 

Él no quería asustarla, pero presentía que algo peligroso iba a ocurrir. Le hizo señas a chica para que se detuviera, pero ella caminaba más rápido y en un momento, en que volteaba para observar si su perseguidor estaba cerca, perdió el equilibrio cayendo al asfalto con un golpe seco que la dejó inconsciente. Se dejó llevar por su impulso, tomó aquel cuerpo lleno de curvas, lo arrastró fuera del camino para observarlo, despertarla, pedirle disculpas y evitar que sucediera algo terrible como la última vez bajo aquel puente. 

Con la luz de la luna filtrándose a través de los árboles, Salvador tuvo la impresión de estar viendo a una de las figuras de cera de la capilla de la Catedral. La chica era de tez blanca, cuello largo, labios pronunciados y unos pechos que parecían querer salir de la blusa para respirar. La tocaba con la vista: sus piernas bien delineadas, su vientre que bailaba con la respiración. Imaginó a Beatriz pocas horas antes en su habitación, desnuda tras las sábanas con sus senos ocultos por la transparencia de la tela. 

Las manos de Salvador actuaron guiadas por el recuerdo, tomó la blusa de la desconocida, la abrió suavemente para ver esa piel suave practicamente brillar. Era la segunda vez que veía el pecho de una mujer, los quiso besar, tomarlos con suavidad para sentir cómo respondían a las caricias. Pasaron unos segundos cuando las areolas parecieron tomar vida propia, respondiendo al frío de la noche.

Le quitó la blusa completa para detallar su vientre, una fina película de vellos rubios marcaban el camino desde el vientre hasta ciertos lugares ocultos. El aroma que desprendía esa piel le recordaba a Beatriz, era algo sobrenatural. Estaba decidido a desnudarla completamente, detallarla, aprovechar que nadie los miraba, no tendría que dar explicaciones. Desabrochó la falda, la bajó un poco y pudo ver la tela delicada de la ropa interior transparente que dejaba poco a la imaginación. Iba a palpar con sus dedos justo en ese lugar, cuando aquella mujer abrió los ojos, llena de espanto entornando la vista.

Salvador no supo qué hacer, se abalanzó con todo su cuerpo sobre ella para controlarla, taparle la boca. Quería calmarla, explicarle su curiosidad pero todo se estaba saliendo del plan, así no era cómo lo había pensado. La chica hizo un gesto para gritar, justo en ese momento la tomó con fuerza por las mejillas para darle un golpe que la dejara nuevamente inconsciente, pero Salvador no estaba seguro de lo que hacía, la violencia fue tal que una piedra en el suelo la impactó justo en la sien; todo fue paz, tranquilidad y los ojos de la mujer se extinguieron como una llama. La respiración cesó, no hubo más movimientos y la boca quedó totalmente abierta para darle paso a un grito que nunca saldría. 

Salvador se dejó llevar por la curiosidad, sabía que había matado. Desnudó a la mujer para verla mejor. Con sus dedos recorrió los senos que ahora se mostraban quietos, tersos y sin ninguna reacción a sus manos; bajó hasta el vientre y de allí a la entrepierna de la chica, donde notó un cambio de temperatura que rápidamente cesó. Al tocar allí, sintió un ligero golpe en su virilidad y observó que sus pantalones se manchaban, Salvador no entendía por qué no podía controlar esa reacción. 

No quiso dejarla allí, era el primer cuerpo que veía desnudo, realmente lo había impresionado. Lo envolvió en las ropas que hace unos minutos lo recubrían, la cargó y la acostó suavemente en un banco del parque central. Esa noche llegó a la Catedral en silencio, rezó junto a la biblia y durmió pensando en Beatriz, quería recorrerla como a la desconocida que unos minutos antes había estado en sus manos. 

Mientras Salvador dormía cobijado entre las paredes del inmenso edificio, el detective Hernández estaba en las afueras de la ciudad, viendo televisión en la soledad de su casa. Algo le estaba controlando el pensamiento, caminaba de un rincón a otro con un vaso de escocés en la mano al que le daba pequeños sorbos cada cinco minutos, no podía dejar de pensar en Analía. Horas antes la había dejado en su casa, segura y resguardada con una buena cerradura, probablemente ya no necesitaría de él pero presentía que se volverían a encontrar.

Analía inventó mil excusas para evitar que el detective la dejara sola, - Sabes que va a llover, no puedes transitar así en moto (…), Y si el cerrajero tiene copias de las llaves y entra a media noche a robar, quédate y así me cuidas -, le decía con cara de niña asustada. Al final tomó un papel, lo llenó de pintura con algunos pinceles, le escribió su número de teléfono y la metió en el bolsillo de Hernández mientras iba a su cuarto: - Puedes irte -. Él hizo lo mismo, todos sus datos quedaron en una servilleta del desayuno de más temprano. 

El detective no tenía nada qué hacer, se sentía mal pero deseaba que alguien hubiera muerto en las últimas horas para que lo llamaran a la escena del crimen. Sin dejar de sostener el vaso de licor, tomó su teléfono, marcó con lentitud a casa de Analía, esperó el primero, segundo, tercer repique, - Soy un tonto, esta niña ya debe estar con un pretendiente de su edad tomada de la mano por la ciudad -, Hernández estaba seguro que no podía haber atracción entre ellos cuando escuchó al otro lado de la línea la voz despierta de la chica; - Hola detective, creía que no llamarías, ¿Cómo estás? La risa del detective, fuerte y potente llenó toda la casa, - ¿Cómo sabías que era yo?, acaso eres bruja o tengo que detenerte por espiarme; estoy acá en compañía de un escocés de mala calidad -. 

Hernández pudo presentir la cara pícara de Analía cuando le dijo que el sexto sentido femenino no la engañaba, que a pesar de haberlo conocido unas horas atrás ya le conocía el ritmo de vida, solo él podía estar despierto a la medianoche y acordarse de que ella existía. La chica lo hacía relajarse, reír e incluso desde que empezó la conversación, el vaso de escocés permaneció inerte sobre la mesa. 

Analía siempre estaba bromeando con él. – Acá estoy esperando al cerrajero, creo que vendrá a violarme y robarse todo lo de la casa, será tu culpa porque no quisiste quedarte conmigo, eres un mal policía - , Hernández no pudo evitar reír nuevamente. – No pasará nada, mañana en la mañana cuando vaya a desayunar a tu casa, verás que estás en una sola pieza-. El detective no entendió por qué se autoinvitó a casa de la chica, al parecer su subconsciente sí deseaba estar allá. 

- Eso me parece perfecto, tendremos nuevamente desayuno asiático a la carta y como todo domingo iremos a misa, no te asustes, no soy fanática pero tengo tiempo sin ir a la Catedral de la ciudad -, en ese momento escuchó como el móvil de Hernández comenzaba a sonar sin parar, - Creo que debes ir ir a matar a los chicos malos - y sin despedirse, cortó la conversación. 

El detective se quedó con las palabras en la boca, tomó el vaso de whiskey y miró la pantalla centelleante del móvil. Hernández había esperado días por ese mensaje, necesitaba que fuera el  mismo criminal del puente, una investigación así le devolvería la vida. Amparado por la noche fue al centro de la ciudad; algo nuevo descubriría en el parque central.

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